Italia
Son las 7 de la mañana. Anoche llegamos a Roma. Estamos físicamente exhaustos, pero la emoción es tan grande que no puedo mantenerme en la cama. Venimos de dos días de ver y sentir cosas tan intensas: El sábado recorrimos la Costiera Amalfitana y cada giro del camino serpenteante era el descubrimiento de una nueva maravilla. Todo es tan hermoso: el mar, los acantilados, las casitas como colgadas, de repente una torre del siglo XI, un túnel y otra vez, salida al mar, al azul intenso, a la piedra laboriosamente convertida en hogar. Entrar a los pueblitos como Positano o Amalfi es como entrar a una película de otra época: uno no puede creer que hoy es parte de ese paisaje de callecitas estrechísimas, escalinatas, empedrados, olores y colores intensos. Seguimos rumbo a Paestum, 40 km mas allá de Salerno, para ver las ruinas de esta ciudad y luego volvimos por la Autostrada hasta Castelmare de Stabbia y volvimos a recorrer la península Sorrentina y regresar a Sorrento. Es una ciudad tan hermosa! Es sábado de noche, las calles se hacen peatonales y las recorremos junto a otros miles, entre espectáculos callejeros, bandas, restorancitos con mesas afuera, tiendas de souvenirs. En una de esas callecitas cenamos nuestros primeros spaghetti para que Italia entrara por todos los sentidos.
El domingo partimos a Pompeya, para recorrer las excavaciones de esta ciudad enterrada por siglos bajo la lava del Vesubio. Nos maravillamos tratando de imaginar la vida en este lugar, admirando pisos y pinturas, tocando la piedra hecha pared por un hombre hace veinte siglos en la que juraría que puede sentirse el frío de los años.
Seguimos viaje rumbo al Vesubio, ya que como es tradicional en nuestros viajes, mi marido no puede dejar montaña ni escalera sin subir. Hubo un pequeño embotellamiento, porque se ve que esto de conquistar las alturas es una vocación bastante universal y muchos estaban en lo mismo. En un punto debimos dejar de ser “Fiatones” para hacernos peatones y, munidos de un palito de caminante, emprendimos la subida a pie del último tramo: nunca había tenido tanta conciencia de mi aparato circulatorio: no había lugar que no me pulsara. Y allá iba yo, con la lengua afuera, concentrada en apoyar bien el palito y de repente veo a una subiendo con taco aguja! Evidentemente lo que es moda no incomoda…El esfuerzo se ve recompensado por la vista maravillosa de la bahía , viendo Nápoles, Torre Anunciata y alrededores. La vista al cráter también es imponente y ahí estaba el humito saliendo muy tímidamente por un costadito.
Seguimos rumbo a Roma, tratando de embocar en el Grande Racordo Anullare la salida para Fuimicino, donde debíamos devolver el auto, con el auto en reserva, porque no habíamos podido ponerle combustible y tomando conciencia de nuestro provincianismo, apabullados por las dimensiones de todo. Finalmente, dejamos del auto y corrimos a la estación de tren y nos subimos al primero que salía, sin ver mucho a dónde iba, pero suponiendo que nos llevaría a la estación de Termini, porque, ya se sabe, todos los caminos conducen a Roma. Finalmente llegamos, con nuestras valijotas y caminamos cruzando la Piazza del Cinquecento hasta tomar la calle XX Settembro y luego hasta el Hotel, en la Vía dei Viellini. Con el envío que traíamos, seguimos de largo! La zona es muy linda, llena de consultorios médicos.
14.10.08
Son las once de la noche de nuestro tercer día en Roma. Estamos agotados! Ayer salimos del hotel a las 8:30, con un itinerario marcado pero cuando volvimos al hotel nos dimos cuenta que habíamos recorrido casi todo el mapa! Caminamos todo el día, primero hasta la Plaza de la República, luego hasta las 4 Fuentes. De allí atravesamos un túnel y nos fuimos a la Fontana di Trevi que no tenía agua porque la estaban limpiando. Seguimos caminando y pasamos por el Templo Adriano, el Panteón y llegamos a Piazza Navona. La Fuente de los 4 Ríos estaba en reparación, así que nos contentamos con imaginarnos las batallas navales y recorrer los rinconcitos de la plaza. Seguimos rumbo a Piazza del Popolo, donde había un enorme escenario armándose. Tomamos por Via del Corso hasta Via Condotti y llegamos a Piazza Spagna y nos sentamos en las escalinatas a tomar un helado, donde luego Gon durmió su única siesta italiana. Sentarse allí es como estar en una torre de Babel, donde se hablan todas las lenguas. La gente llega, descansa de su jornada de caminatas, disfruta de un paisaje del que uno es parte. Seguimos nuevamente caminando por la Via del Corso y llegamos al Monumento a Vittorio Emanuele II. No se si se puede hablar de el en términos estéticos, pero si se puede decir que es majestuoso, impresionantemente grande, se ve desde casi todos lados. Al subir se tienen unas vistas preciosas de la ciudad, sobre todo de las ruinas romanas. Y allí fue cuando mi marido me dijo: vieja, hoy almorzamos afuera y nos comimos un panini de jamón crudo sentados en una placita, junto a algunos oficinistas romanos impecablemente trajeados.
Seguimos viaje y llegamos al Ponte Sant’Angelo, recorrimos la Via Giulia hasta el Campo de Fiori. Finalmente tomamos un ómnibus al Trastevere y volvimos hasta el Largo Argentina, unas ruinas romanas que hoy son un santuario de gatos. De allí, caminamos nuevamente hasta el hotel. En fin, parecía que queríamos verlo todo de una sola vez, y ni el cansancio podía detener nuestras piernas y nuestras ganas de andar. Cada rincón es historia, arte, cada rincón está atestado de turistas, con sus cámaras de fotos y sus muchas veces inútiles mapas, porque la ciudad es la que manda y te lleva a donde quiere.
Hoy salimos un poco más tarde, caminamos hasta el metro y nos bajamos en la estación del Coliseo. Volvimos a encontrarnos con una pareja de españoles que habíamos conocido anoche volviendo de Trastevere e hicimos con ellos el recorrido por dentro del Coliseo y luego por el Palatino y las ruinas de los Foros Imperiales y el Foro Romano. De allí cruzamos el Ponte Garibaldi y fuimos a almorzar al Trastevere, a un lugar precioso, con mesitas en la calle donde comimos bruschettas con tomate y rúcula, lasagna, saltimbocca con ensalada y una riquísima crema de caramelo.
A estas alturas, ya habíamos hecho dos descubrimientos: el primero, que los ómnibus te llevan a cualquier lado al que quieras ir y el segundo que nadie paga el “biglieto”. Cada boleto cuesta un euro, y hay que convalidarlo en una maquinita encima del ómnibus. Pero, como dice el dicho: “donde fueres haz lo que vieres…”así que tampoco pagamos mucho boleto que digamos, un poco de indígenas y otro poco por no dejar en evidencia a los demás, jeje. Yo me construí una moral ad hoc y decidí pagar un boleto diario al menos, para no sentirme una completa abusadora.
Paseamos bastante entonces, entre los micros circulares del centro y luego tomamos otro hacia la Via Apia y caminamos por calles menos turísticas, probando los sabores de la vida cotidiana. Volvíamos al hotel cuando decidimos bajarnos y tomar el 64 para ver San Pedro de noche. Estuvimos vagando por la plaza, admirando las columnas y esculturas. Volvíamos nuevamente hacia el hotel, cuando otra vez la ciudad tomó el control y decidimos bajarnos en Campo dei Fiori para comernos una tablita de quesos y fiambres y unas copitas de vino. Caminamos hasta Piazza Navona, perdiéndonos entre las callecitas, volvimos a la Fontana di Trevi, esplendorosa, fulgurante, llena gente, de monedas, de deseos. Allí tiré mi monedita, la de Andrea y la de Fer, tal como lo había prometido. Tomamos el 116 hasta Piazza de la Republica, para verla iluminada y de allí el 62, esta vez si, rumbo al hotel, cansados, felices, sorprendidos.
15.10.08
Hoy fuimos al Vaticano. Tomamos el 62 hasta San Pedro. Había Audiencia Papal, así que aprovechamos para ver a Benedicto y confirmar la intuición que este es un Papa con poco rating. Personalmente, pese a mi condición de apóstata, esperé sentir alguna clase de emoción ante la pontificia presencia o al menos, frente al furor colectivo. Lo cierto es no hubo una multitud enardecida, sino una plaza a medio llenar, un discurso tibio, hecho con una voz anodina que fue incapaz de retener a los fieles que, como nosotros, a mitad de la función arrancaron prestos rumbo a los Museos del Vaticano. El recorrido fue veloz, porque es imposible detenerse en cada rincón si uno no tiene varios días para dedicarle. Impactantes las habitaciones de Raffaello y, definitivamente, la Capilla Sextina. A medida que pasaban las horas todo se iba llenando de gente, al punto que se hacía difícil caminar. Decidimos dejar la visita a San Pedro para la tarde y nos tomamos el tranvía 19 que hace un recorrido precioso por Roma hasta Villa Borghese. Pasamos un poco y nos bajamos para tomar el tranvía 3 hasta Trastevere. De allí nos tomamos el 8 hasta el Largo Argentina y nuevamente el 64 hasta San Pedro. La plaza ya no estaba llena de gente y se podía entrar cómodamente a la Catedral. Nos paramos frente a La Pietá, conmovedora. La iglesia es en si misma apabullante. Uno se para allí, a mirar las cúpulas, los frescos, los oropeles, y la piel se eriza, algo adentro se estremece. Imagino que si esto siento yo hoy, en un mundo de rascacielos y viajes espaciales, qué pudo haber pasado por el alma de un hombre de hace quinientos años. Sentí ganas de llorar.
Caminamos por la Via Concilliazione tomando un helado y fuimos hasta el Castel’San Angelo, cruzamos el puente y nos detuvimos a mirar las golondrinas, que volaban en bandadas, dibujando formas en el cielo. Nunca había visto algo asi.
Seguimos hasta el Corso Vittorio Emanuele, para llegar luego al monumento y verlo iluminado. De allí al Coliseo. Luego tomamos el 117 en el sentido equivocado y la vuelta duró poquito. Lo tomamos de nuevo en el sentido correcto y fuimos a Piazza Spagna nuevamente. Caminamos por Via Propaganda rumbo a la Fontana di Trevi, que debe tener en algún lado una especie de polo magnético que nos atrae. Luego de estar sentados un rato, escuchando el agua caer, viendo a la gente disfrutar como nosotros de la noche cálida, caminamos por las callecitas hasta la Vía del Tritone y tomamos el 62 hasta el hotel.
Dejamos el auto en el hotel y estamos en el tren rumbo a Florencia. Ayer llegamos a Montecatini Terme, luego de un hermoso día recorriendo Umbria y Toscana.
Tomamos el auto en Termini esta mañana y emprendimos camino rumbo a Assisi, una ciudad fascinante desde adentro y desde afuera. Mientras llegábamos, disfrutamos del sol que la tocaba de manera tal que resplandecía. Comenzamos a caminar por las callecitas empinadísimas, entre edificios medievales, iglesias antiquísimas. Como nos pasó durante todo el viaje, tuvimos la sensación de que anda de esto podía ser cierto.
Luego de un largo rato de caminar, nos sentamos en un histórico murito a comernos una “roschetta assisiana”, un bocado delicioso como un strudel pero relleno de frutos secos y miel.
Volvimos a la ruta y seguimos viaje entre colores y paisajes imposibles: montes coronados por pueblitos color arena, verdes de distinta intensidad, ocres. Se siente en los ojos igual que en la boca cuando se saborea un buen chocolate: placer. Aun no he encontrado la forma de poner esto en palabras, solo se que es algo que sentí por primera vez al mirar a mi hija: los ojos se regocijan, una emoción especial recorre el pecho y una armonía inusual se instala en el cuerpo que se entrega ante tanta belleza.
Salimos de la ruta para almorzar panini de jamón crudo y mortadela (ya se imaginarán quién comió que…) en un pueblo llamado Torricella a orillas del Lago Trasimeno.
Seguimos rumbo, entre las ondulaciones de Toscana, perdiéndonos cada tanto casi intencionalmente en alguna entrada. Subimos hasta un pueblito deshabitado, abandonadas las casas, abandonados los olivos, rodeado por un camino de cipreses.
Finalmente, tomamos al Autostrada, porque se hizo la noche. Llegamos a Montecatini, una ciudad pequeña cuyo atractivo son las aguas termales, que tiene un movimiento turístico interesante, lleno de restaurantes, de tiendas y de hoteles.
Dejé de escribir porque media hora antes del tiempo estimado para llegar a Florencia, el tren se detuvo y un alta voz informo a los amables pasajeros que por motivos sindicales el tren detendría su marcha, ya que los trabajadores estatales comenzaban su “scioppero” hasta las 5 de la tarde. Nos bajamos junto a un grupo de estudiantes de arquitectura, con los que caminamos hasta la parada. Ensayamos un cartel para hacerle dedo a alguna camioneta, pero el ómnibus pasó rápidamente y nos subimos todos en malón, ante la atónita mirada del chofer. Por supuesto, nadie pagó boleto.
Llegados a Florencia nos dirigimos a la oficina turística y nos orientamos rápidamente en el recorrido. Los museos no aceptaban ventas anticipadas de entradas porque algunos podían estar cerrados por el paro. Caminamos por el Mercado San Lorenzo, nos tomamos un capuccino en la Piazza Della Signaría, disfrutamos en el Palazzo Vechio, nos maravillamos con el Duomo y sus colores, caminamos por las callecitas de Florencia, encantadoras, llenas de arte, de historia. Fuimos al Ponte Vecchio, cruzamos el Arno hasta el Palazzo Piti, seguimos caminando, caminando por Florencia. A la tardecita, jugamos un rato alquilando unos aparatitos eléctricos de dos ruedas, una especie de monopatines que nos permitían andar por las peatonales.
Al atardecer nos fuimos a ver el sol caer con un heladito en el Ponte Vecchio y a la noche volvimos a Montecatini. Mañana nos vamos a recorrer la Toscana.
Hoy salimos temprano para recorrer en auto la Toscana. Primer destino: San Giminiano. Caminamos un rato por este pueblo medieval encantador y partimos, por caminos igualmente encantadores rumbo a Siena. Disfrutamos de caminar por las callecitas de esta ciudad hermosa y seguimos andando por las ondulaciones de la Toscana, entre olivos y vides, verdes asombrosos, subiendo y bajando colinas por estrechas carreteras. En una vuelta de ese camino, almorzamos en un improvisado picnic nuestra cuota diaria de pan y jamón crudo. Estar allí, en esa altura, en un recodo, viendo Assisi a lo lejos, fue equivalente a un almuerzo en el mejor restaurant.
Siguiendo una pendiente, llegamos a Volterra, un pueblito impresionante, desde donde disfrutamos de los paisajes más increíbles.
Al atardecer llegamos a Pisa, justo a tiempo para ver el sol caer sobre el campanario inclinado de la Catedral.
Salimos para Venecia por al Autostrada. Por consejo de la recepcionista del hotel, llegamos hasta The Mall, un centro comercial al aire libre a 40 km de Florencia, entre las ondulaciones de la Toscana, dedicado exclusivamente a outlets. Evidentemente hubo algo que esta chica no interpretó en nuestro look, porque el negocio en este lugar era adquirir una bufanda Zegna que cuesta 800 euros a la módica suma de 500 o un bolso Gucci de 1500 en 1200.
Seguimos viaje, muertos de risa y tomamos la autopista. En un punto, “sbagliamos la uscita” a Padua y seguimos viaje hasta Módena. Pasamos por Vernona, nos bajamos a estirar las piernas, recorrer las callecitas, cumplir con el rito de pegar nuestro papelito en la hipotética casa de Julieta, comprar regalitos para los nenes y seguir viaje hasta Mestre. Llegamos en la nochecita, comimos algo en el único lugar concurrido que encontramos y nos fuimos a dormir, listos para llenarnos de Venecia al día siguiente.
Nos levantamos temprano y nos tomamos el 7, justo frente al hotel, rumbo a Venecia. Comenzamos a caminar y llegamos inmediatamente al primer canal, al primer puente. Nos maravillamos con el color del agua, absolutamente verde. Caminamos y caminamos, sin rumbo a veces, con destino otras. Esta ciudad es maravillosamente distinta a todo lo que he visto hasta ahora. Como me dijo alguien, no parece de este mundo. Todo es bello, todo es disfrutable. Hay lugares respecto a los que tenía una gran expectativa, como la Piazza San Marcos, que es impactante, sin embargo me maravillaron más los rincones, los sottoporticos, las calles estrechas, las casas centenarias, las escalinatas.
Cuando nos cansábamos, nos tomábamos un vaporetto para ir de un punto al otro. En uno de esos viajes, nos bajamos en el barrio Arsenal, increíblemente aislado del mundillo de turistas que atesta las otras áreas de Venecia. Nos pusimos a conversar con una vecina del lugar que nos recomendó volver sobre nuestros pasos, ya que al parecer salir de ahí caminando es bastante difícil para quien no conoce el camino. Eso hicimos.
Nos comimos un tiramisú en un barcito al costado del Rialto y seguimos caminando por Venecia. De puro noveleros, nos tomamos un traghetto, que es una góndola vieja que se usa para cruzar de orilla a orilla de los canales allí donde no hay puentes. Paseamos al atardecer, sin rumbo fijo, por lugares asombrosos, llegamos al Ghetto Ebraico, que era el único lugar que parecía palpitar con cierta cotidianeidad, sin ese ir y venir de turistas, hasta que decidimos volver al hotel a buscar abrigo y volver a disfrutar de la noche veneciana.
Volvimos a la Piazza San Marcos y notamos que había muy poca gente. Las orquestas todavía sonaban y logré que Rosadilla bailara conmigo el Danubio Azul por unos instantes. Seguimos buscando “la noche” veneciana y no la encontramos! Finalmente, cenamos en un restaurant chiquito, acogedor y volvimos al hotel.
Es martes, emprendemos rumbo a Milán, donde estaremos unas horas para tomar el avión hacia Montevideo. Hicimos un pequeño recorrido por el Duomo y la Galeria Vittorio Emanuele, y nos fuimos al aeropuerto, cansados y felices.