El nombre de las cosas
En el la red social de al lado un “inteligente” salió a pedir a la concurrencia que dijeran, por lo menos, el nombre de un cuadro de Paez Vilaró, ya que estaba asombrado de todos los seguidores del artista. Cada tanto chicoteaba, indignado de que salieran condolencias de debajo de las piedras pero ningún nombre de pintura. Entonces le escribí : “Puente sobre el Río Cauca”. Quedó encantado y prácticamente buscando un premio para darme ya que, luego de 24 horas fui la única que pudo darle una respuesta. Los que me conocen un poco sabrán, antes que lo diga, que, semillita de maldad, ese cuadro no existe, que inventé el nombre nada más que para demostrar el punto. Y cuál es el punto? En realidad son varios aparte del hecho anecdótico de que cada día me fastidia más la gente que vive tomando examen al prójimo. Y tenía la mezquina necesidad, mala actitud la mía, de dejarlo claro. El punto es que raramente sabemos lo suficiente. Nunca alcanza. Eso lo aprendí viviendo y tomando exámenes: cuántas veces he leído una respuesta que no es la que el manual propone ni la que yo hubiera dado pero que parece tan válida como las otras. Cuántas veces, puesta en el lugar del que supuestamente enseña, recibo mucho más de lo que nunca seré capaz de dar.
No reniego de aprender el nombre de cada una de las cosas que nos rodea. Admiro a quien pueda identificar el canto de un pájaro, distinguir el árbol por su hoja, recitar un poema de memoria. Pero eso no implica que no se pueda conocer sin nombrar, disfrutar sin retener, amar sin repetir.
Tal vez en estos días alguien habló de Paez Vilaró sin conocerlo. Y? Quiénes somos nosotros para meternos en el íntimo espacio de los motivos de cada uno para abrir la boca o escribir una condolencia. Tal vez en estos días alguien escuchó hablar de él por primera vez y algunas de las maravillas y enseñanzas que deja su vida haya servido para despertar en una zona dormida sin importar si algún día sabrá el nombre de sus cuadros, su fecha de nacimiento o cualquier otro dato de la biografía.
El episodio me hizo acordar a una nochecita, hace muchos, cuando Manu tenía 4 o 5 años. Habíamos ido a ver una muestra de arte en Punta del Este. En esa época en la Scuola tenían un precioso proyecto en el que trabajaban con nuestros pintores. Manu, sensible y esponjita como es distinguía sin dificultad a Blanes, Gurvich, Torres García o Figari. Paez Vilaró, eso sí, no estaba dentro del programa pero lo tenía visto, sin catalogar, en algún mural y allí había quedado grabado.
Entonces, andábamos por ahí caminando y el decía, cuando veía algo familiar, este es tal, este es cual ante la mirada atónita de los expositores. En alguna oportunidad se confundió a algún alumno con su maestro, pero hasta eso despertaba la sorpresa.
Cuestión que llegamos a uno que le llamó la atención, se paró y con su vozarrón largó: Má, mirá, vení, vení: este no se quién es pero es “re copia” de La Pasiva!
Estoy segura de que a Paez Vilaró no le hubiera importado que Manu no supiera su nombre pero no tengo dudas de que se hubiera sentido feliz de que un niño de 4 o 5 años, fuera capaz de reconcer sus criaturas.