Redes sociales

Tuve la suerte de crecer en un barrio. Y digo “la suerte” porque en aquellos años el barrio, además de regalarnos la libertad de rodar por las calles con la rienda bien larga era un micromundo, en el que uno podía ir recibiendo adelantos de lo que sería la vida. Había en mi barrio tres o cuatro vecinas. Yo las veía super viejas, pero calculo que tendrían más o menos la edad que tengo ahora. Ellas no tenían computadora pero tenían unas persianas con mirilla por la que veían pasar a todo el mundo, generando un log preciso de entradas y salidas. No tenían muro de Facebook pero si un muro de hormigón en el que se sentaban a la tardecita a consolidar datos y a tejer explicaciones: la mujer de tal llegó sola anoche, el marido de cual salió temprano, a la casa de fulano llegó un tipo de traje, ayer paró un auto en la mitad de la cuadra… Y, como muchos de los usuarios de las redes, con informaciones parciales, armaban las conclusiones que mejor venían a sus prejuicios o a sus ganas de hablar gratis. Nada nuevo bajo el sol, tal vez solo un poco más expuesto.

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